¿Sentido o sentirse?
Cada tanto me pregunto ¿Hasta cuándo? ¿será esta pausa la certeza de la vida o caminar despierto se volvió una condena?. Anestesia como caramelo y arritmia del pensamiento, todo confluye en velocidades lejanas mientras la carne se vuelve pluma en el viento. Es tiempo del “gran mediodía” decía Nietzsche, el momento en donde la sombra queda empequeñecida; todo aquello que desdichado se encuentra bajo la alfombra apenas puede sostenerse en las épocas de luces nítidas. Los espejos ya no reflejan sombras, todo encandila, hace ruido, se mueve entre el “bullicio» y los oídos no tienen coraza. Entonces el aturdimiento parece respuesta coherente a la ansiedad del reloj que aprieta. La vida se reduce a lo que sobra, un comentario, como el de una película en la que manchado de baba te espabilas y apagas el televisor..
Eso suturado, alejado y degradado se revuelve y busca la fuga, una flor en pavimento que destraza lo rellenado. Este espacio de desempolvar viejas lápidas nos permite tomar un indicio, hacernos cargo de la relevancia que le damos a lo rechazado y sobre todo generar un espacio, un “destiempo” para la reflexión.
¿Caminamos hacia algún destino, o ese destino inevitable pasa desbordado por los costados de lo cotidiano? Es que lo cotidiano siempre da un poco de sentido, donde la cosa cierra y el decir mismo toma relevancia cuando el de al lado asiente con la cabeza (aunque mire para otro lado). Pero ese sentido no se siente, pesadez en el alma deshabitada, producto del producto. Cartas de mandatarios sin rostro, esperan respuestas, esperan que rogues.
Desapercibido en el oscuro mediodía, lo fácil te consume. Porque ese sentido no está hecho para ponerse el mundo al hombro, sino para hacer girar la rueda hasta que la rueda con un poco de suerte te aplaste. Ya no consumimos, nos consumen y en ese sentido nos despojan. Sociedad del dedeshabitar.
Avanzar en la linealidad del hacer nos despoja de los tesoros que esconden nuestra verdad, deslizandonos hacia los bordes del abismo.
¿Cada cuanto sentimos el desgaste de las horas en la noche despiadada que te arranca las raíces, el descenso del horizonte, la mala costumbre de renunciar a un “posible”? Hay algo que hace de hoja en otoño, un ruido sutil que conserva el “sin tiempo” y el porvenir, un instante de reproche ¿Como puede ser que el río siga su curso? ¿Cómo puede ser que las arenas se me escapen de las manos cada vez que lucho por conservar algo de lo que creo que soy? Se hace tarde, si la vida me espera, la espero toda la vida.
Por lo tanto es necesario dar un giro, poner la silla boca arriba, levantarse de la osadía de un eterno descanso (que cansa), que amerita el triunfo de un alma vacilando entre el viento y la danza, la piel y el olvido, lo dicho y lo que está del otro lado de la ventana.
Desde ese punto me pregunto ¿Sentido o sentirse? Hay una cuestión que mueve a la vez que paraliza, vemos las dos veredas enfrentadas y uno transitando por el medio de la calle sin saber a que bulevard llevan. Mueve para aquellos eternos buscadores, de abismos inquietos, de prólogos largos, de quienes han practicado alguna vez el poder de la creencia. Quizás no sea tanto una metafísica de la esperanza, sino un volverse carne adentro, encarnar la falta, sentirse en el proceso. “Todo no se puede”. Sentirse, a modo de recuperar ese espacio inhabitable entre el mundo y lo otro, poner en vaivén ese sujeto de la experiencia que busca deshilarse de su propia finitud. Sentirse, como revolución a lo que se rigidiza en las creencias, cuanto de mi hay en lo que se dice, ¿Soy el que soy?
Por: Elias Gross