Cada día, apenas amanece, Raquel Chan empieza su rutina laboral. A las 6 ya está lista para trabajar desde su casa y alrededor de las 10 llega al Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL) donde las actividades no le dan tregua.
Recién a las 18, el reloj marca que es momento de emprender el regreso.
Con sus hijos ya grandes, la investigadora admite que desde hace años tiene mucho más tiempo para dedicarse a su gran pasión: la agrobiotecnología, a través de la que pudo desarrollarse profesionalmente y obtener logros que la posicionaron como una de las mujeres más fuertes de la ciencia argentina y una referente en Latinoamérica y el mundo.
Lejos, muy lejos de pensar en el retiro, y aunque admite que intenta (sin éxito) ir bajando el ritmo, Raquel Chan tiene un entusiasmo que nada tiene que envidiarle al de la chica que hace más de cuatro décadas se recibió de bioquímica y que fue construyendo una sólida carrera marcada por la vocación y la dedicación casi absoluta al estudio y la práctica en el laboratorio.
Fue feliz “en la mesada”, dice, el espacio de trabajo que más añora. Ahí donde se colocan los elementos fundamentales para la investigación, donde el silencio y la comunión con la tarea diaria son protagonistas. Donde se aprende por ensayo y error. Donde se crea. Donde las horas se detienen si es necesario y no hay cansancio que nuble la pasión.
Raquel Lía Chan es una destacada especialista en biotecnología vegetal.
Es considerada una de las científicas más sobresalientes de América Latina, y en la comunidad de investigadores se comenta que en algún momento su nombre aparecerá entre los candidatos al Premio Nobel.
Hace un poco más de 20 años, liderando un grupo del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral descubrió un gen (que está en el girasol) que activa un mecanismo de respuesta de la plantas cuando les falta agua.
En 2021 y 2022, luego de muchas horas dedicadas a ese primer hallazgo y gracias a un convenio entre la Universidad Nacional de Litoral, Conicet y Bioceres el intenso trabajo mostró que era, indiscutiblemente un éxito: el trigo modificado genéticamente gracias al descubrimiento de Raquel y su equipo obtuvo un mejor rendimiento, de hasta un 42%, en áreas sembradas.
Pero no fue solo eso, sino que se aprobó la harina con trigo HB4 para consumo humano en Brasil, el principal comprador de trigo producido en Argentina. La misma ruta siguió la soja en China y otros países.
La posibilidad de que se sumen cada vez más países al consumo de harina proveniente de trigo y soja resistentes, puede cambiar la alimentación mundial.
La historia
Nació en Buenos Aires. Tuvo que dejar la escuela secundaria cuando desapareció, en 1976, uno de sus compañeros del Carlos Pellegrini y las sombras de la triple A cubrieron de temor y espanto a todos esos alumnos de apenas 16 o 17 años, y especialmente a sus familias que, como en el caso de Raquel, decidieron sacarla de inmediato del país.
Viajó a Uruguay a la casa de unos parientes sin entender demasiado el peligro que corría su vida. Era una adolescente que rogaba que ese desarraigo no fuera real.
A los pocos días de estar instalada en el país vecino, las fuerzas policiales irrumpieron en su casa. A las dos de la mañana. En el momento más oscuro, como se hacían esos operativos endemoniados. “Ahí se me acabó la esperanza. Supe que lo que estaba pasando era cierto”.
Se fue a Israel. Y fue otro comienzo, porque de alguna manera le tocó una vida nueva.
Estudió bioquímica en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Recién con la llegada de la democracia pudo regresar a la Argentina.
En 1988 se recibió de doctora en la Universidad Nacional de Rosario, ciudad a la que eligió porque tenía un amor (“estaba con alguien de allá”, cuenta).
Con el doctorado bajo el brazo se fue a Francia durante cuatro años para seguir especializándose, y en 1993 se sumó al actual Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario/ Conicet/ UNR.
La regulación de la expresión génica de los organismos fotosintéticos fue su tema de investigación por entonces.
La posibilidad de experimentar a partir de la biología molecular abrió un mundo para Raquel, que luego se instaló en la capital santafesina, y profundizó, en la Universidad Nacional del Litoral todo lo referido a la adaptación de las plantas en condiciones desfavorables.
Docente, profesora titular de la UNL, directora del IAL, guía y referente de un montón de becarios (un trabajo que también la llena de alegría), está actualmente inmersa en nuevos desafíos con nuevos grupos de investigadores.
En 2020 fue incorporada a la Academia Nacional de Ciencias. Integra además la Academia de Ciencias Médicas de Santa Fe. Es coautora de 100 publicaciones internacionales y coautora de nueve patentes que fueron transferidas a empresas biotecnológicas.
Probablemente no alcance el espacio en esta nota para conocer más sobre la vida cotidiana de Raquel Chan y a la vez mencionar la totalidad de las actividades, premios y reconocimientos que tiene. Entre ellos, los recientes Konex y el de Bunge y Born.
Ella asegura que cuando la entrevistan prefiere, luego, no leer o no escucharse: “Me da mucho pudor, no me gusta. Entiendo que la divulgación es parte de lo que hago y por eso en algunos momentos salía a hablar más seguido, pero ahora, además de la incomodidad que me produce tengo muy poco tiempo”.
Así que aprovechando la charla que la científica tuvo con este medio, qué mejor que leerla a ella.
— Tu rutina laboral arranca muy temprano…
— Sí, a eso de las 6 en casa. No vengo al Instituto apenas me despierto sino que llego 10, 10 y media. Me ocupo bien temprano de las cosas que requieren concentración como contestar todos los correos, leer artículos. Vengo cuando cumplí con la mayoría de esas cosas. Una vez que llego hago de todo: clases con alumnos, los becarios, consultas, reuniones con el consejo directivo. Me quedo hasta las 6 de la tarde. Muchas veces sigo otro tramo. Me he encontrado a las 12 de la noche haciendo cosas…
—¿Cómo es tu familia?
— Tengo dos hijos. Uno está en Berlín haciendo un posdoctorado. Es físico. El otro, estudiante de ingeniería.
— ¿Fuiste muy exigente con ellos?
— Bueno, el estudio y la dedicación siempre fueron un valor en casa. Soy autoexigente y seguramente lo soy con los demás. Yo era una mamá muy protectora. Un poco esa mezcla de cosas: les exigía pero los mimaba mucho. También, como tantas otras madres fue culposa, de las que dejan a los chicos en casa muchas horas por ir a trabajar. Siempre trataba de compensar.
— Ese amor y entrega por tu trabajo siguen presentes…
— La verdad es que hoy mi ritmo va siendo otro. Cuando pienso en lo que hacía cuando ellos eran chicos no lo puedo creer: levantarlos, las comidas, el transporte que por ahí no llegaba, llevarlos (entraban al Industrial a las 7), traerlos, las tareas escolares, todas sus actividades, y las mías. Mi familia no estaba en la misma ciudad y no podían darme una mano en ese sentido. Éramos solo mamá y papá para todo. Fue una época dura.
— Ahora, con más tiempo para vos ¿sentís que podés dedicarte totalmente a lo tuyo?
— La verdad es que quisiera dedicarme más a lo que me gusta. Porque se me va mucho del día en cosas que no tienen que ver directamente con la ciencia. Hay mucho de mi tiempo dedicado a lo administrativo y la gestión. Al seguimiento de un montón de cosas. Si me preguntás qué me gustaría, y bueno, eso es volver a la mesada, donde ya no estoy. No me da el tiempo físico. Son muchas reuniones semanales, los encuentros con los investigadores más jóvenes. Quisiera estar con mis pensamientos en mis propios experimentos y nada de administración (se ríe). Eso existió cuando era muy jovencita…porque ya cuando sos investigador empezás a pedir financiamiento y de a poco, gradualmente, el tiempo tenés que dividirlo en un montón de cosas. Hacer las compras es toda una complicación porque no manejamos dinero en ese sentido. Entiendo que el sistema que tenemos es para que todo sea transparente, pero creo que podrían acortarse caminos porque nos complica bastante. Es verdad que en otros países es similar pero las estructuras administrativas son más sólidas. A veces tenés que comprar algo chico, algo que se rompió y es un tema pedirle al ferretero, por ejemplo, que te haga una factura con odos los detalles que se exigen. Entonces el investigador, muchas veces, termina poniendo plata de su bolsillo…
— Naciste en Buenos Aires…
— Sí, en Capital Federal. A tres cuadras de la facu de medicina. Mi mamá falleció. Papá está. Mi madre era una polaca inmigrante y mi papá nació en Argentina, hijo de inmigrantes. Ellos tuvieron una educación primaria y fue muy importante que nosotras estudiáramos. Estaba eso del esfuerzo y el estudio porque era una salida. Mi mamá contaba unas historias terribles: tener que hervir el agua con unos huesos porque era todo lo que tenían para comer. Muy duro realmente. Pasar necesidades de verdad. Mi papá tuvo una vida más normal, más tranquila, pero salían a trabajar apenas podía, siendo chicos. Mis padres pudieron ponerse, con mucho sacrificio, un negocio antes de casarse. Yo tengo dos hermanas, una es médica psiquiatra y la otra matemática.
—Tus tiempos de estudiante fueron difíciles…
— Mirá, yo jamás fui a un baile, por ejemplo. Me hice adulta de repente. No tenía una militancia en un partido pero fui calificada de subversiva por estar en el centro de estudiantes del colegio. En ese momento no se hablaba de desaparecidos, no existía. Pero se llevaron a un compañero mío, Claudio Braverman, de 17 años, tan chiquito. Entonces mis padres me sacaron del país. Era 1976. A los pocos días de irme, irrumpieron en mi casa… A Claudio jamás lo voy a olvidar, jamás. Lloré amargamente y con lentitud. Me llevó muchos años sobreponerme. Merecía vivir…. Cuando mis hijos tuvieron esa edad los miraba y no lo podía creer. No puede pasar más, nunca más…A veces siento que todo lo que hago, lo mucho que hago es porque tengo que vivir por dos porque los que quedamos tenemos una gran responsabilidad.
— El gran esfuerzo por el trabajo, entiendo tiene que ver mucho con eso y con tu pasión por la ciencia ¿Ahora, cuál es el foco, después de los del HB4?
— El HB11. Un gen de la misma familia aunque es distinto. Lo pusimos en maíz, soja y arroz. El gen confiere resistencia y puede tener el mismo impacto, va unos cuantos años atrás pero está muy avanzando. Será un hito importante y nos dieron un financiamiento. Armamos una red con Fabiana Drincovich, Elina Welchen, Margarita Portapila, José Estéves, el grupo de Paula Filippone en Tucumán y el de Diego Lijavetzky de Mendoza: AgrobiotecAr. Las ideas que presentamos son buenas, hay que ver que funcionen. Trabajamos duro. Es gente de gran valía la que se ha comprometido con esto.
—Recibiste muchos premios y se vienen otros en este mismo año ¿cómo te llevás con eso?
— Ufff me dan ganas de meterme abajo de la cama. No me gusta el alto perfil, pero no puedo escaparme. Me pone muy contenta por un lado, es un mimo pero siempre hay un equipo detrás. Sin el trabajo en equipo esos desarrollos son imposibles.
—Pensás en el retiro…son muchos años de esfuerzo
— Algún día no tan lejano me jubilaré. Los años pasan aunque no quiera (je). Deseo tener más tiempo para la lectura, para mí, mis cosas, pero no me imagino dándole de comer a las palomas…(se ríe)
—Una pregunta más, vos que pasás tantas horas dedicada a las plantas. ¿Te dedicás a ellas en tu departamento?
— No, no. Las regalé a todas hace años cuando mi hijo menor gateaba y se comía los terrones. En casa de herrero, cuchillo de palo.
Fuente: La Capital