Martin Basualdo cumpliria 48 años, pero se lo llevó la policía
Hace un par de años el concepto de violencia institucional no existía y hablábamos
desde otras categorías, e incluso, se apelaba a justificar o aceptar acciones por el
cargo que ejercía quien la realizara. Sin cuestionarnos si eso estaba bien o no. Hoy,
la noción de violencia institucional hace referencia a los hechos donde los derechos
de un ciudadano son violados por parte de funcionarios públicos. Como los
cometidos, más habitualmente, por las fuerzas de seguridad.
A mediados de 1994 se realizaba en Paraná, capital entrerriana, la Convención
Nacional Constituyente. Ese mismo año, Isabel Vergara veía por última vez a su
hijo.
El 16 de junio a Martin Basualdo (19) lo levantaba la Policía de la Comisaría Quinta
de la ciudad, junto a su amigo Hector Gomez (22). Las versiones iniciales delataban
a un auto sin patente, perteneciente a la mencionada institución. En el libro oficial
del registro de movimiento de los automóviles camuflados, aparecía a las 7:07 de la
mañana, el movimiento de un Ford Falcon azul oscuro, numerado con el 0738. Cuyo
chofer no fue identificado, pero iba acompañado de un agente y del oficial Claudio
Mendieta a quien sí reconocieron y dato no menor, tenía antecedentes previos por
abuso de poder. El auto fue retirado de circulación por un tiempo y luego apareció
en un garaje policial, pintado de otro color. ¿Podemos ser tan ilusos de creer que
fue una casualidad? Lo mismo sucedió con una camioneta que habría participado
del secuestro. Al principio se suponía que los jóvenes fueron llevados a la sede
policial de calle Victoria y luego trasladados a una casa Quinta que se había
alquilado en 1993, ubicada en el kilómetro 12 y medio de la Ruta 18. A unos 18
kilómetros de Paraná, en una zona lo suficientemente inhóspita y con caminos de
tierra. Pero los datos nunca fueron confirmados.
Ambos se dirigian ese día hacia IOSPER, Hector había sido padre recientemente y
contaba con una autorización para retirar leche en polvo. Después de hacerlo,
habían planeado salir a buscar trabajo. Pero nunca volvieron.
Se caga el mandamás en su bendita policía y lo sufre otro guachín
Martin vivía en el barrio La Floresta. Era el tercero de cinco varones, sumándose a
ellos una hermana mujer. Isabel Bergara, su mamá, recuerda lo mucho que le
gustaba jugar al fútbol. “Solía ser arquero y había integrado el equipo de la
Asociación de Trabajadores municipales en Paraná. También había participado
siendo menor, de la liga paranaense de fútbol.” Cuenta su mamá a modo de
anécdota, que recientemente se encontró al que fue su entrenador y le pregunto:
¿Cómo jugaria ahora? Él le respondió que hubiera sido un buen arquero. Pero no
pudimos confirmarlo.
Terminó la escuela sin llevarse ninguna materia, primero fue a la escuela del barrio
y después finalizó en la escuela hogar, donde estudiaba pero también realizaba
talleres y comía. Martin no tenía problemas para estudiar, era inteligente. Sin
embargo, cuando le tocó la secundaria decidió dejar y comenzar a trabajar. Se fue a
Buenos Aires con su tío, pero cuando le tocó regresar para hacer el DNI, no volvió a
abandonar su ciudad.
Fue ahí cuando comenzaron los problemas, o mejor dicho, cuando comenzó a ser
víctima de un sistema policial que persigue, hostiga y estigmatiza a los pibes que
habitan sobre todo, las periferias y los barrios humildes.
“Él solía juntarse en la esquina con otros jóvenes y siempre pasaba la policía”,
cuenta Isabel. Buscaban reacciones. Los miraban, y como todo pibe, a veces ellos
no se aguantaban y les contestaban. “Después empezaron a correrlos, a decirles
que no querían verlos ahí. Algo que hacen con los pibes hasta ahora.” Siempre los
asediaban por juntarse en la esquina. Los corrían, les pegaban, los detenían.
Martin sufrió tres veces apremios ilegales, que Isabel denunció, porque al momento
de esas detenciones era menor. Por este motivo piensa, que quizás, ellos “le fueron
agarrando bronca”. Lo persiguieron, decían cosas, de él y de su familia. Incluso ella
sufrió esas persecuciones, “trataba de no pasar por la comisaría, de cambiar de
calle”. Hace una pausa, y se le escucha decir a pesar del dolor de los recuerdos,
con firmeza: “ellos querían meter miedo”. Querían, pero claramente no pudieron.
Isabel realizó todas las denuncias correspondientes para defender a su hijo.
Desde las instituciones estatales nunca obtuvo respuestas concretas ni soluciones.
A lo mejor, sostiene, si hubieran hecho algo en esas primeras denuncias, Martin
estaría con nosotros. Recuerda haberse cruzado con una mujer que le aconsejo y
hasta parece un chiste de mal gusto, que Martin no anduviera solo.
El día que desapareció iba con un amigo, y desaparecieron a los dos.
“Hasta que después pasó eso”
A Martin lo levantó la policía el 16 de junio.
El primer día que no volvió a dormir a su casa, fue una alerta para Isabel. Que no
espero más tiempo para acercarse a la Comisaría Quinta, en ese momento, no se
imaginaba todo lo que vendría después. Allí se encontró con Oscar Nestor Gomez,
papá de Hector, quien tampoco había llegado esa noche previa a dormir a su casa,
ni había alcanzado a llevarle a la mamá de su beba, las cajas de leche en polvo que
fue a retirar.
A pesar de que la versión inicial indicaba que habían sido levantados por un auto
de la institución, en la dependencia policial a los padres se les negó la presencia de
sus hijos. “Nos dijeron que ahí no estaban, que no los habían detenido, nos dijeron
que capaz se habían ido con alguna novia”, relata Isabel. Sin embargo, eso no los
tranquilizó y siguieron insistiendo. La denuncia recién la tomaron cuando se
acercaron a la Departamental.
Parece que tapar las acciones que realizan, es un modus operandi que tiene la
policía para no hacerse responsable desde hace muchos años. “Yo era una mujer
de barrio, que siempre estaba en mi casa, con mis hijos”, enuncia Isabel, “nunca me
imaginé que me iba a pasar eso con un hijo, hasta que tuve que salir a la calle a
pedir justicia”. En un principio anduvo sola, el papá de Héctor falleció y después de
unos años, sus hermanos no continuaron con la búsqueda. Algo que no deberíamos
juzgar, porque el dolor y la tristeza se refleja en cada uno de nosotros de manera
diferente. De todas formas, Isabel que continuó caminando las calles en busca de
respuestas, lo hizo por los dos. Siempre lo aclara: ese día faltaron los dos. Aunque
conozcamos más el nombre de su hijo.
Después de un tiempo conoció gente de Derechos Humanos que la empezó a
acompañar, así mismo, recuerda que lo hicieron estudiantes y gente vinculada a las
facultades. Gente que no conocía, pero se interesaba por su causa. La gente del
barrio, los vecinos, su propia familia, muchas veces no estuvieron en el
acompañamiento.
Isabel piensa que fue por miedo, por las represalias, por lo que se
decía y por los intentos que había para intimidar a quienes se sumaban al reclamo.
Se realizaron marchas, pintadas. Muchas veces incluso, persiguieron a los chicos
que pintaban y debían volver a realizar los murales. Un poco irónico, ¿no? La
institución policial se preocupaba por una pared pintada que preguntaba dónde
estaban, en lugar de preocuparse por encontrarlos. “Me empezó a acompañar
muchísima gente y de eso estoy muy agradecida, gente que me contaba que a
veces también los paraban y los revisaban, como en la época militar. Nosotros
decíamos que esos atropellos había que denunciarlos. Pero ellos contestaban que a
veces tenían miedo. Miedo a denunciar y miedo a lo que nos pasa. Les decían que
les iba a pasar lo mismo que a Gomez y a Basualdo”. Los jóvenes, a pesar de eso la
acompañaron y a través del miedo que se infundía, buscaban la manera de
reclamar por la falta de unos pibes, como eran ellos. Sin embargo, Isabel cuenta
que los mayores, la gente más adulta, no decía nada. O incluso terminaba creyendo
las versiones de los demás y pensando que lo que les paso, era porque se lo
merecían. “Y yo creo que nadie puede pensar eso, ni aunque el otro sea una mala
persona. Porque para eso está la justicia, aunque sea lenta, aunque no tire para la
gente de barrio”.
Después de 15 días, el juez de instrucción Hector Eduardo Toloy, quien se
encontraba a cargo en ese momento de la Comisaría Quinta, empieza a pedir
explicaciones, o a fingir que estaba buscando resolver el caso. Tras los
cuestionamientos que se realizaban en los medios, más las movilización, con la
colaboración del abogado Jose Iparraguirre que se acercó para ayudar a las
familias, comenzaron a prestarle la atención necesaria al suceso. Los dichos
llegaron al Poder Judicial y a la cúpula del Gobierno provincial encabezado por el
entonces Mario Moine, aunque no colaboraron lo suficiente.
Isabel iba todos los viernes a tribunales para ver si había novedades. Allí tenía que
hacer oído sordo para no dejarse amedrentar cuando se cruzaba con policías y le
susurraban cosas, cuando contó lo que le sucedía en los pasillos, dice ella “no le
dieron bolilla”. Llegó a aparecer incluso, una foto de los chicos en un tacho de
basura de la casa de gobierno. De nuevo pregunto, ¿vamos a ser tan ingenuos de
creer que todas esas situaciones eran casualidades?
Había un intento claro de apagar los reclamos y que los encuentre la comodidad del silencio, pero no
pudieron. En ese momento, el gobernador Moine no los recibió. Recuerda Isabel que le
insinuaban que estaba inventando, que miraba muchas novelas, “¿cómo voy a estar
mintiendo con algo tan grave?” Sí la atendió el Ministro de Justicia, pero nunca tenía
novedades, ni sabía nada.
En ese periodo le hacían notas constantemente, la llamaban, la invitaban a
participar, ahora eso es más pausado. Ya no recibe un mensaje por día pidiéndole
hablar para pedir justicia por Martin. “Parece que para el pobre no hay justicia” dice
Isabel y se le nota en la voz, una mezcla de bronca y decepción. “¿Cómo no van a
saber donde llevaron a Martin y a Hector?” Hicieron rastrillajes, con helicóptero y
toda la pantomima, pero en los lugares que buscaron no encontraron nada. Isabel
llegó incluso a ir a buscarlos a Brasil, porque le indicaron que estaban ahí, pero
nunca encontraron nada.
La policía cada vez que hablaba del caso y se involucraba directamente a los
uniformados, usaba métodos repulsivos para intentar defenderse o justificar. Se
decían muchas cosas, se atacaba a los chicos y a su familia. Pero también salían
testimonios falsos de que los habían visto en otros lugares, caminando como si
nada hubiera pasado. Se intentó hasta decir que se habían ido por su cuenta. Y
después de la pandemia, señala que no hubo casi nada. Ni pintadas, ni carteles, ni
marchas. Se empezó a perder la cantidad de formas de recordarlo que en un
principio se sostuvieron con firmeza, producto del paso del tiempo y del cansancio,
de luchar constantemente frente a los cientos de obstáculos que les pusieron. “A mí
me parece importante que siga recordandose. Para que no se olvide, para que no
quede en la nada. Aunque a lo mejor, nunca sepa, nunca sepa dónde está mi hijo. Pero por lo menos recordar”.
Hubo más de 20 años después de la desaparición un intento de reactivar la causa,
que actualmente se encuentra archivada, justificado esto por “falta de testigos”. Un
ciudadano que menciona ante el periodista Mauricio Antematten, que a los jóvenes
los mataron el 17 de junio. Un día después de haberselos llevado. Decía que se lo
había escuchado a un policía, cuando se acercó a comentarselo a un jefe. Pero
después se arrepintió y señaló que era mentira, que no habían sido palabras suyas,
que no sabía nada. A pesar de la tristeza, Isabel sigue esperando que alguien hable,
aunque piensa que desgraciadamente, todos terminaron ayudando a la autoridad.
“Si hubo personas que quisieron hablar, pero pienso que después, la propia policía
los apretó o los amenazó. No se que paso”. Cuando el periodista sacó a la luz el
testimonio que después fue retirado, a ella le cayó un dolor inmenso. “De ahí en
más, nadie más habló. Lo único que quiero es saber dónde está mi hijo, nada más.
Para hacerle una oración, para llevarle una flor. Porque yo no sé donde está. A
veces me preguntan por qué digo que está desaparecido. Porque lo está, no lo
tengo, ni vivo ni muerto. Nunca pude hacer mi duelo en estos años, porque no se
donde está. Ojalá algún día no muy lejano alguien se anime a hablar, porque tiene
que haber mucha gente que sabe. No es que nadie sabe nada.”
Soy ceniza que nadie recoge, soy un llanto más, y en la noche larga un grito de ayuda que se escuchará
Isabel tuvo que mudarse del barrio donde vivía con su hijo. A pesar del tiempo que
pasó, nunca dejó de buscarlo. Y sostiene, que lo va a buscar hasta que Dios se lo
permita. Actualmente vive con tres nietos aunque tiene más, cuenta con la
compañía de sus otros hijos, pero le sigue faltando Martin. “Trato de sobrellevar
estos tiempos como puedo, no tengo días de fiesta, fin de año es un día más, yo
como temprano y me acuesto. Mi cumpleaños no lo festejo más. Cada uno en mi
familia lleva el dolor como puede, es muy triste. Pero bueno, Dios sabrá las cosas.
Si, creo en Dios.”
Isabel refleja fortaleza, a sus 73 años sigue peleando por saber dónde está su hijo.
Aunque sea eso, que le digan donde ir, para sentirse un poquito más cerca de él. A
mi me recuerda a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, representantes de la
lucha y la constancia, pudiendo a pesar del dolor y de la falta pararse y salir a
batallar, no solo por sus seres queridos sino por las injusticias de los demás.
Siempre dispuestas a darle una mano a los otros. Incansables e inquebrantables.
No pudieron con ella ni el odio, ni las calumnias, ni los miles de intentos de asustarla
o mantenerla en silencio. Isabel no sabe de ser cobarde. A pesar de que se le
estruje el corazón cada vez que se le hacen vividos los recuerdos, sigue peleando.
Lo que la diferencia de una madre de Plaza de Mayo es la historia, ellas se
encargaron de decir: Nunca Más. Pero al Estado se le escapó la continuidad de
algunas prácticas, víctima de estas fallas y de la vigencia de acciones represivas
que pensamos había quedado atrás cuando se instauró la democracia en nuestro
país, fueron Hector y Martin. Aún nos queda mucho por hacer y por exigir, para que
a la lista de pibxs desaparecidos en manos de las fuerzas de seguridad no se les
sume ni un nombre más.
Aquella palabra de fuerza y de fe que me has dado, me da la certeza que siempre estuviste a mi lado
Este 5 de noviembre del 2022, Martin Basualdo cumpliría 48 años, pero se lo llevó
la policía. Isabel imagina que si lo tuviera a lado, estarían reunidos, festejando su
cumpleaños. Era muy amiguero, así que seguramente estaba rodeado de sus
amigos y amigas. Quizás, hubiera salido con ellos para celebrar el fin de semana.
“Creo que sería como era antes, estaría haciendo de mozo en algún boliche o algo
así, eso le gustaba. Le gustaba servir a la gente”. Entre risas, Isabel señala que su
hijo era “un morocho hermoso”, se apura a aclarar que no lo dice solamente porque
es su hijo y se la escucha reír. A pesar de todo lo que le tocó vivir, ríe. Tal vez, si le
tocaba un día soleado, Martin hubiera ido con sus amigos al parque a escuchar
música un rato. Le gustaba el rock, dice Isabel, sobre todo Attaque 77 recuerda con
ayuda de su hija. “Algunos temas los escucho porque él los escuchaba. Extraño
eso.” Piensa que seguramente estarían todos sentados en la mesa, charlando y
pasándola bien, comiendo algo, compartiendo algo que aunque sea sencillo sería
bueno, porque estarían juntos.
Lamentablemente, las fuerzas de seguridad nos han arrebatado a un número
incontable de hijos, hermanos, amigos, compañeros. Aún después, de que en
nuestro país dijéramos que no iba a suceder Nunca Más. Nos toca a todos,
acompañar el dolor inmenso de no saber dónde están ni qué pasó con muchos, el
dolor inmenso de no poderlos abrazar cuando cumplen años, de tener que aceptar
que solo podemos, si podemos, llevarles una flor. Nos toca a todos exigir: Memoria,
Verdad y Justicia. Para que no nos toquen a ninguno más, pero también, para no
olvidarnos de los demás. De aquellos que nos quitaron. Y para que sepan, que los
estamos observando, para que no se atrevan, para que la impunidad que sienten se
vea acorralada de todas nuestras miradas apuntandoles, para que sepan que no
están libres, que sabemos quienes son y qué hicieron, y no vamos a dejar de
recordarselos para que cada noche, cuando lleguen a su casa y quieran dormir en
paz, no puedan. Así como nuestros pibes no pudieron volver a dormir tranquilos en
su hogar.
“Y aunque la vida nadie nos va a devolver, prevenir es curar y luchar es remedio”,
dice una de las canciones de Attaque 77 que seguramente, Martin cantó contento
un montón de veces.
Redacción: Zul Bouchet
Imagen principal: La Garganta Poderosa.