Durante las últimas semanas hemos transitado momentos de incertidumbre electoral, de resultados inesperados, de encuestas a mansalva y sobre todo, una disputa en el territorio de los medios de comunicación y redes sociales. El debate en la “nueva calle” ha sido polarizado por una cierta violencia de componentes cerrados que no permitían articular una idea a largo a plazo o una casualidad de consensos.
De igual manera, a partir de la 6 de la tarde cuando la votación cerró sus puertas, el territorio que habia sido fuertemente dirigido por La Libertad Avanza tomó un silencio característico entre las opiniones que daban ganador a Sergio Massa. Algo había pasado, el gran lugar de los jóvenes que compartían ideas libertarias transmitía la afrenta contra la posibilidad de un ballotage, pero nunca un segundo puesto. La misma sensación fue cayendo en boca de los medios televisivos que se encargaron de buscar declaraciones oficiales que puedan utilizar de archivo en pos de una nueva votación.
Una vez ventilados los primeros porcentajes y a la espera del discurso de los candidatos, la pregunta sobre cómo seguir mantenía firmes a las camisetas amarillas. Probablemente el espacio que se generaba con un balotaje por delante ponía en evidencia la falta de estructura del partido, la incapacidad de poder llevar a cabo ciertas propuestas y cómo tomar nuevas definiciones que permitan dar veracidad a su mundo idílico.
Imagino que desde el piso 21, Javier Milei tuvo que optar por un segundo discurso con palabras prestadas, que permita imponerse desde otro lugar y dar un manotazo de ahogado.
El discurso
Esta vez su entrada fue distinta, ya no era el mismo MiLey mesiánico que agitaba con su cantos de guerra al público presente y sobre todo ya mantenía en la lejanía de un escenario su contacto con aquellos. Aquella voz que gritaba con la furia de una voz ronca “que se vayan todos”, “la casta tiene miedo” y “soy el león” se volcó por una voz aguda de poca presencia, junto a una sonrisa forzada y mirada inestable que dejaba transmitir su inestabilidad e incomodidad para encontrarse en la derrota.
Por lo general, las primeras palabras de Milei en los discursos que hemos visto buscan levantar la euforia del público con un mensaje agresivo, señalando a su enemigo y posicionándose como el único que puede derrotarlos para luego generar un silencio y que los oyentes aplaudan. Esta vez sus primeras palabras fueron moduladas y entonadas con las mismas características de ataque, pero el contenido narrativo no se dirigía a nada en particular, simplemente hacía referencia a los regalos que había recibido y de este modo sacaba del foco la derrota para dirigir la atención a una emoción sacada de contexto: “la gente me quiere”. Esta metáfora era una forma de contradecir la evidencia de la elección, pero la realidad toma dimensiones que el discurso no puede contemplar.
Se lo notaba tenso, con los hombros encogidos, como un león acorralado que quería terminar de leer sus hojas para marcharse. Las frases que siguieron buscaron contradecir lo que se estuvo diciendo en los medios de comunicación en el caso de que Javier ganara; buscó reivindicar que son un partido con estructura y de largo alcance para generar confianza en sus seguidores. El cambio más interesante es que dejó de hablar de “casta” para tomar el discurso de Patricia Bullrich: “Nosotros somos los que le disputamos al kirchnerismo”. Ya no es el famoso profeta de la libertad, la fe no está puesta ahí, sino en no ser eso que el otro es.
Luego de saludar a sus derrotados Ramiro Marra y Carolina Píparo se tomó el tiempo para recordar las alianzas que le permitieron sostenerse, felicitando a Jorge Macri (¿Un guiño a Mauricio?) y a Rogelio Frigerio (¿Hay alguna relación con los audios filtrados que pedían la bajada de candidaturas de LLA en Villaguay?). Es hora de pagar favores y Milei sabe que su porcentaje no ha movido el termostato. Por otro lado los aplausos comenzaron en el escenario para romper el silencio del público, demostrando desconcierto con estas frases que incorporaba a los antiguos casta dentro de la misma linea.
Cada vez que los cantos volvían a resonar, Javier miraba al frente y fijaba la vista nuevamente en el papel, tambaleando para finalizar rápido aquella mala pasada, sin detenerse a saltar y pogonear como en otras ocasiones.
La segunda mitad del discurso busco amigarse con aquellos que había dilapidado con frases que retumbaron en la opinión pública, afirmándose sobre una “tabula rasa”, como si pudiera borrar el famoso “asesina tira bombas” y el muñeco con la cara de Alfonsín que utilizaba para golpear. La búsqueda por migrar aquellos votos de derecha se anexan con las conversaciones que el candidato estaba teniendo con Mauricio Macri previo a las elecciones y sus extensos coqueteos. La casta ya no son los “empresaurios” ni aquellos que se encargaron de endeudar al país y fugar los dólares. Ahora la polarización busca fomentar las ideas del cambio de gobierno, una idea frágil que se posiciona ante un kirchnerismo que ya no existe como expresión real y que fue el condicionamiento de que el discurso de Patricia quedara obsoleto, fuera de tiempo. Más que león, un gatito pretendiendo que otro solucione la falta de garantías que ofrece su partido. Por suerte siempre está cuidando las espaldas el interés de grandes empresarios como Black Rock, encargado de financiarle la campaña, el representante del pro y Bolsonaro.
Por último, el discurso volvió a tomar la esencia de lo que planteaba en momentos anteriores, la separación entre la salvación divina y los malos de la película, un discurso que se encomienda en categorías morales forjando una dialéctica binaria que deja por fuera a los responsables y sobre todo a la terceridad excluyente: “los beneficiados”. Las frases de Milei constantemente buscan la oposición de conceptos que encierran ideas fijas prefiguradas, generando silogismos sin consensos y la premisa del diario del lunes. Claramente el uso de las frases fuertes fue una herramienta que le garantizo un subidón de votos, pero se agotó al encontrarse con la verdad que le presenta la realidad.
Finalizó corriendose del individualismo que prepondera la teoría liberal, reafirmando el “trabajar juntos” y soslayando que no vienen a quitar derechos sino privilegios. A lo cual me pregunto ¿Cuáles son los privilegios que quiere sacar? porque las palabras prestadas suenan extrañas en un cuerpo que nombró a la justicia social como una atrocidad, una aberración precedida por un robo.
Por Elias Gross