Caminamos por el hilo de las miradas que nos tocan la piel, desvanecidos por la encrucijada del deseo ajeno. Casi sin aliento llegamos a fin de mes, con la cara marchita, la oscuridad temblorosa debajo de los ojos, las marcas de la máscara y la sonrisa grandota.
Solemos dar tregua al acecho de aquellos lobos, casi desamparados ya son parte de la habitación. Algo te vigila y te pregunta ¿Esto sos? y las paredes se deshacen para apretarse en el pecho, levantar la mirada y buscar el cenicero. La privacidad de la casa no alcanza para mantener la calma; gran contradicción de los tiempos ajenos, sociedades más individualistas, silenciosas, desarraigadas que elogian todo por la red social. La división del afuera y el adentro se invierte a través de la pantalla.
¿Cuál es la pintura que mostramos? La que armamos enalteciendo el yo.
El “yo puedo” se convirtió en “yo debo”, aquel que es dueño de sí mismo y su propio jefe hoy también es su propio empleador y esclavo. No es que nunca existió el deber, pero hoy se excede sin un lobo del que preocuparse. No sabemos contra qué defendernos y agruparnos.
Pero el exceso no se extiende solamente al trabajo y a la perfección del mundo aparente, sino que se desliza por la imagen de lo cotidiano, en el cuadro de presentación del yo ideal. Es la ficción de una narrativa ajena -soy lo que quieren que sea- y en ese desgaste de inalcanzable final la subjetividad, se pierde taponada por lo disruptivo de la perfección. Pobres corderos inocentes en su imágen quieta, se desangran en el espejo de la utopía por 24 hs de selfie. La cuarta pared se subleva al servicio de los grandes ideales: La belleza, el rendimiento, la salud, el consumo, lo desechable.
Las exigencias desapercibidas y los lobos saboreando el fracaso. La falta de respeto y la crítica se van acrecentando entre los avatares sin límites: “Debes estar lindx, cuidate la piel y el cuerpo, debes ser madre pero debe ser deseado, debes recuperar el cuerpo que tenías, teñirte las canas, trabajar poco y ganar mucho, estar presente para tus hijos, hacer tu emprendimiento, gimnasio, ayuno intermitente, correr, meditar, leer, comida sana, mucha agua, 8horasDeSueñoSalirDisfrutarVivirEstudiarMori… Con todas estas oportunidades te levantas siendo el superman de la nada.
Los posters caducos inflaman la fantasía, tan rellena, tan completa, tan nada. El desierto de lo igual se trasluce en el deseo del horizonte por llegar: todos quieren ser “eso” dejando de ser.
En ese ser se encuentra la verdad inquebrantable, la del “no puedo”, “no soy”, la gran y dolorosa certeza de que somos un tránsito, pero que al fin y al cabo alivia la existencia y exigencias del mandato hegemónico.
Asumirse en falta, carente, da luz a nuevos caminos, nuevos indicios. La humildad de re-conocerse en un espacio íntimo entre la naturaleza de mi espíritu y los gritos de lo clandestino. Aprender a no identificarse con el ideal es la verdadera revolución.
-Por Elias Gross.