La libertad de prensa en jaque: manipulación, censura y el avance del autoritarismo

La libertad de prensa en jaque: manipulación, censura y el avance del autoritarismo

Por ileana Almirón

Sin libre expresión, la democracia es un espejismo. La batalla entre el poder y los medios no es nueva: ha sido la sombra de cada golpe de Estado, la estrategia de todo régimen que teme la verdad. Antes fueron decretos y censura explícita; hoy, algoritmos y desprestigio. La represión cambió de rostro, pero su esencia sigue intacta: perseguir, amenazar, reprimir. Y en este clima, el presidente Javier Milei aviva el fuego con su sentencia: “La gente no odia lo suficiente a los periodistas”.
La libertad de expresión es el oxígeno de la democracia, el fuego que ilumina verdades incómodas. Sin ella, el poder se vuelve un monólogo, la sociedad un eco vacío. El Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo proclama: todo individuo tiene derecho a opinar, investigar y difundir información sin fronteras. Pero en la era digital, la prensa no solo informa, también resiste. La UNESCO advierte sobre el «Periodismo bajo asedio digital», donde la vigilancia, la inteligencia artificial y el Big Data se convierten en herramientas de control. Cada periodista silenciado es una grieta en la confianza pública, cada verdad reprimida, un paso hacia la oscuridad.
La libertad de prensa no es una concesión, sino una trinchera en disputa. Argentina ha caído 47 posiciones en el ranking global de libertad de prensa, reflejo de un clima de hostigamiento estatal y censura disfrazada. Reporteros Sin Fronteras alerta que el periodismo atraviesa su peor crisis mundial y Argentina no es ajena: 216 periodistas agredidos en 16 meses. La ofensiva no es accidental, es una estrategia.
En un acto de marketing político, el influencer El Gordo Dan pidió encarcelar periodistas por decreto, evocando una distorsionada referencia a Raúl Alfonsín. Comparar esta persecución con una medida de estado de sitio es como confundir una cortina de humo con una barricada real. No es un análisis político, es una jugada calculada: sembrar el escándalo, captar la opinión pública, distraer. Mientras tanto, el verdadero problema sigue intacto: el avance del autoritarismo y el silenciamiento de voces disidentes.
La paradoja de Popper resuena más fuerte que nunca: la tolerancia absoluta puede ser su propia tumba. En la era digital, la desinformación se convierte en una herramienta de manipulación masiva. Cuando la mentira se normaliza, la democracia se convierte en una ilusión. El discurso del odio, repetido lo suficiente, justifica el abuso de poder. La libertad de expresión no puede ser un escudo para el engaño sistemático, porque ella habla también de ética y responsabilidad, y no en la libertad de mentir.
No podemos dormirnos en los laureles mientras el discurso oficial convierte al periodismo en enemigo. Cuestionar coberturas es legítimo, pero desacreditar sistemáticamente a periodistas, tildándolos de ‘ensobrados’ y ‘mentirosos’, erosiona la libertad de prensa, inhibe el debate público y motiva la autocensura. Mientras algunos medios se alinean con el poder, otros sobreviven atrapados en la precariedad. Cuando el silencio es la única opción, el periodismo deja de ser periodismo, pasa a ser propaganda.
La desinformación avanza como la gran amenaza de la era digital, consolidando una brecha entre valores democráticos y la realidad que se vive. Mientras el dominio de las plataformas digitales como GAFAM (es el acrónimo que representa a las cinco grandes empresas tecnológicas estadounidenses: Google, Apple, Facebook (ahora Meta), Amazon y Microsoft) crece sin regulación, los medios tradicionales tambalean, dejando la información en manos de algoritmos e intereses corporativos. Sin libertad de prensa, lo que sigue es desinformación, impunidad y deterioro democrático. ¡No nos olvidemos, los dueños de las Big Techs están con Trump en Estados Unidos y sacaron el chequeo de noticias, dando alas al discurso de odio y a la mentira amplificada!
La libertad de prensa no es solo presente, es memoria. Recordar el avasallamiento a la democracia y la violación sistemática de derechos humanos no es un acto del pasado, sino una advertencia para el futuro. Consolidar la memoria colectiva es reafirmar que el acceso a la verdad es un derecho, no una concesión. Callar no es neutral, es sumisión. Y si permitimos que el miedo domine el periodismo, lo que sigue es impunidad y pérdida de derechos ciudadanos.