Este jueves se aprobó por unanimidad la ordenanza de Habilitación y Fiscalización de los Espacios culturales independientes. Claves para entender su importancia en el circuito de la cultura paranaense.
Por Ile Almirón
¿Puede una ordenanza ilusionar a los Espacios, y las y los trabajadores Culturales de Paraná? La medida para las y los trabajadores del sector ilusiona con recuperar la movida nocturna perdida en los últimos años, un propósito que se fortalecería desde la organización colectiva, porque más allá que sea específica y tenga como fin regular la habilitación y funcionamiento de los espacios culturales en Paraná, no deja de involucrar y beneficiar a toda la comunidad.
En los últimos años fueron muchos los espacios culturales paranaenses que tuvieron que surfear diferentes obstáculos, desde bajar las persianas o saltear cada piedra a causa de las dificultades que tenían para funcionar por tarifazos, pos-pandemia y crisis económicas, hasta recurrentes inspecciones municipales por denuncias de uno o dos vecinos. En parte se debía porque no contaban con una figura legal y normativa que ampare, contenga y regule su trabajo, debían camuflarse -lo cual muchas veces- terminaba en inhabilitaciones y cierres. Estos tipos de espacios se encontraban trabados en algo que no estaba resuelto en lo legislativo, y por ende, tampoco en la práctica, porque los tiempos burocráticos no son los mismos que los de los trabajadores autogestionados, quienes debían realizar varios trámites para gestionar habilitaciones o permisos especiales para eventos únicos y poder laburar.
Aunque algunas personas planteen que no es una demanda organizada, que solo hay un colectivo artístico que organiza eventos únicos, o que ya existe un relevamiento de espacios culturales independientes, quienes transitamos el circuito sabemos que no es exacto. Digamos las cosas como son: muchos deben trabajar bajo las sombras por no tener el capital para poder cumplir con los requisitos que rigen el uso conforme. Las demandas del sector cultural son de vieja data, pero se acrecentó aún más en esta coyuntura, porque lo primero que se empezó a recortar y desfinanciar fue la cultura.
Ahora bien, hablar de autogestión no es nada nuevo para quienes venimos del palo, pero en estos contextos es cuando emerge con más fuerza como una salida alternativa ante la crisis económica y social, por el simple hecho que la gente busca organizarse, autogestionarse, emprender. El trabajo y la producción cultural son herramientas a través de las cuales los sectores marginados del mercado han podido crecer y producir, generando una cadena de puestos de trabajo.
A menudo, existe una postura sesgada respecto a la cultura. Hay una narrativa oficial que demoniza y ridiculiza al sujeto social: artistas, hacedores, gestores y trabajadores culturales, y a nuestros centros y espacios culturales, sin comprender el aporte fundamental de la cultura a la sociedad en su conjunto. Esto muchas veces limita el reconocimiento de su valor artístico, social y económico. Ese pensamiento conservador -propio del siglo pasado- no podía seguir prevaleciendo sobre las formas alternativas de producción.
Los espacios culturales nacen de una inquietud, de un sueño colectivo, y detrás de ello hay muchísimo trabajo comunitario, mucho cuerpo, cabeza y corazón. Tienen un valor estratégico en el desarrollo de la ciudad porque, a diferencia de otras industrias, además de su dimensión económica y social, tienen la particularidad de expresar el capital simbólico de la sociedad. En estos espacios es donde más se tejen redes interdisciplinarias, y esta es una fuerza transformadora muy importante. La cultura es trabajo y también producción, aunque no todo enriquecimiento se pueda medir en una planilla de Excel. Los trabajadores y las trabajadoras culturales ponen su tiempo al servicio de los demás, haciendo que el derecho al acceso a la cultura pase de ser un simple eslogan, a algo concreto. Además, es el espacio en donde la gente que habita nuestra ciudad puede ir a distraerse, a formarse en talleres, y encontrarse con un otro. Estos espacios ofrecen oportunidades que pueden cambiar vidas.
El tiempo pasaba, y mientras muchos avanzaban en las formas legales y organizativas del trabajo cultural, también se empezaba a disputar con más fuerza la ampliación del concepto de trabajo y producción. y el reconocimiento del sujeto social en su diversidad. No solo son artistas, hacedores y gestores culturales, sino también generadores de empleo, de proyectos que dinamizan la economía local y fomentan la inclusión social, porque la gestión comunitaria de la cultura abre un debate alternativo, más centrado en los procesos y en el terreno en el que se juegan otras formas de construcción de vínculos identitarios. Este es en el terreno donde se fortalece nuestra idiosincrasia y se recupera la reconstrucción del tejido social.
Parecía utópico pensar en una ordenanza propia para los ECI; que se reconozca y apoye estos esfuerzos, porque se debe garantizar a estos espacios y a sus trabajadores el respaldo que merecen, asegurando su sostenibilidad y crecimiento. Era sumamente necesario pensar en comenzar a transitar este camino, donde se los identifique en su diversidad y como aglutinadores de las y los trabajadores culturales, en un registro que los visibilice y tenga en cuenta las realidades de la labor cultural autogestionada, en un mayor margen regulatorio que ordene el conflicto, favorezca la visibilización y amplíe el horizonte de posibilidades al generar trabajo cultural genuino. Avanzar en el reconocimiento significa brindar herramientas que reparen y agilicen la posibilidad de seguir trabajando.
La situación comenzó a cambiar este año, desde la banca de Emiliano Tutau, cuando se llevó adelante la incorporación de la categoría de centro culturales a la ordenanza N° 9372 ya existente, sobre “Clubes de música en vivo y arte”. Fue el primer paso para poner en puño y letra que los espacios culturales EXISTEN, y no sólo en el imaginario social. Para llegar a esta ordenanza, el 4 y el 5 de noviembre se realizó una audiencia pública, impulsada por los concejales Emiliano Tutau y Maximiliano Paulin, aprobado por unanimidad en el concejo deliberante. Es destacable la labor del HCD, porque habla de un cuerpo que quiere escuchar a los paranaenses: ¿Cuál es la ciudad que queremos, que necesitamos y que merecemos?
La audiencia pública, sin precedentes en la historia paranaense, generó entusiasmo. La demanda del sector se institucionalizó y se trasladaron las propuestas y posibles soluciones, ya no quedaba sólo en asambleas. En esta audiencia, referentes de espacios culturales, trabajadores, gestores y hacedores culturales pudieron plantear –tras un encuentro asambleario– sus inquietudes y propuestas a los concejales; porque -aunque sea redundante- ante este contexto más aún se necesita de un Estado que contenga y promueva, pero que también regule, que realmente exista una herramienta facilitadora que aliviane al trabajador cultural de la carga burocrática.
Cuando la intendenta de nuestra ciudad asumió (y en lo que va de su gestión) siempre ha caracterizado su perspectiva como un Estado facilitador, con la intención de trabajar por una ciudad emprendedora, sostenible y amable con la ciudadanía. Entonces abrir el debate, generar condiciones para la participación ciudadana, fue un ámbito que nos enriqueció a todos y todas, y una oportunidad enorme para todos los pequeños y medianos espacios que vienen de este modelo productivo, atravesados -desde su particularidad- pero con muchos puntos en común que son transversales en la discusión. En este sentido, entendemos y coincidimos en que necesitamos de un Estado que proteja, promueva y regule las actividades y espacios autogestivos. Los espacios y actividades culturales necesitaban un marco normativo que los integre y contenga.
Como resultado de la audiencia pública, se logró condensar un proyecto que impulsará los espacios culturales de la ciudad. En la última comisión, el cuerpo de concejales le dio el visto bueno y sus aportes a una normativa que crea la figura legal de espacios culturales independientes, regula y fiscaliza su funcionamiento. Tras mucho tiempo de vacío, se logra clarificar las reglas en cuanto habilitación, horarios, seguridad, infraestructura, promoción y convivencia con los vecinos, entre otros puntos. La intención era compatibilizar criterios y arribar a una normativa mejor, que sea amplia, que contemple a todos los espacios y que fomente las prácticas culturales en nuestra ciudad, ya sea como espacio cultural independiente o como eventos únicos.
Es un hecho histórico que finalmente se haya reconocido al Espacio Cultural Independiente, estos lugares no son lo mismo que un bar, una birrería, un boliche o un área de recitales a gran escala. La ordenanza plantea una habilitación simplificada y digital para que los ECI puedan llevar adelante tranquilos su trabajo sin miedo, y sin tener que laburar desde las sombras. Un estado que facilite políticas culturales de fomento para la creación, sostenimiento y funcionamiento. Mayor integración, para que haya más oportunidades para todos y todas.
Los Espacios Culturales Independientes representan una salida laboral viable en este contexto tan vulnerable. Si podemos visualizar que otros sectores quieran vivir de lo que saben y aman hacer, y concreten ese sueño, ¿Por qué el sector cultural no podría tener las herramientas para que esa misma meta pase de ser solo un anhelo, a una realidad? ¡HOY ES UN HECHO!
Esta ordenanza no es la mejor de todas, pero se alza como un salvavidas para los ECI, que en los últimos años se vieron ahogados. Es una punta de lanza, un piso para seguir discutiendo, para poder funcionar. Ahora, todas las expectativas están puestas en la reglamentación, con un objetivo común: que el arte y la cultura proliferen en cada rincón de nuestra ciudad