Es necesario: hablemos de suicidio
“Supongo que creen que siempre tendrán afecto y que lo querrán. Vida y que la querrán. Días por delante y que los querrán. Supongo que creen que siempre sentirán el tirón del deseo, que siempre responderán con la caballería del entusiasmo. Que nunca se mirarán al espejo y pensarán lo mejor ya pasó y ni siquiera me di cuenta. Supongo que creen que nunca estarán cansados. Citricamente cansados. Como una piedra muerta. Supongo que creen que la vida les va a durar toda la vida.” Escribe Leila Guerriero, en Teoría de la gravedad.
María Onetto, de profesión artista, 56 años, se quitó la vida en su departamento de Palermo, atravesada por la depresión. Sallent Ivan y Leila (sobreviviente), de 12 años, se tiran desde el edificio donde vivían en Barcelona. Cansados del bullying, de la negación de identidad y la transfobia. En la zona de Reconquista se registran 3 suicidios en 4 días. Las cifras de la Direccion de Estadisticas e Informacion en Salud (DEIS) indican el aumento en la curva de suicidios de los últimos años.
En Argentina, se registraron durante el 2022 cerca de 3 mil casos. Todos con historias de vida distintas, mayormente, no se pueden encontrar características en común a simple vista. Y después de la pandemia, los señalamientos estadísticos respecto a las edades o los sujetos más propensos comenzaron a variar con más rapidez. Ya no se trata de edades, de lugares, de actividades laborales o educativas, no se trata de los que nos gusta hacer, ni de lo escuchamos o vemos, no se trata de un conjunto de cosas evidentes que impulsen la decisión. El único punto en común es encontrar un alivio.
Sin embargo, pese al aumento de la tasa de suicidios, la sociedad sigue disgregada. No se escucha, no se habla. Abunda el silencio y la hostilidad cuando aparece la temática. ¿Por qué incomoda? ¿Por qué se evita? ¿Por qué no hablamos de suicidio? ¿Por qué sigue en segundo plano la Salud Mental? Son muchos, son vulgarmente hablando, cosa de todos los días. ¿Por qué se sigue eligiendo evitar nombrarlo? Si pasa. Nos está pasando cada vez con mayor frecuencia.
Mayte Herrera, fundadora de la Asociación “Que se escuche fuerte mi grito”, cuenta en una entrevista reciente que cuando su hijo se suicidó, quienes la rodeaban le preguntaban constantemente por qué lo contaba, por qué no se lo guardaba, para evitar los qué dirán, porque sonaba feo y porque paso tanto tiempo siendo castigada la toma de está decisión que carga con un estigma casi inevitable para cualquiera que no ahonde en información. ¿Pero por qué continúa tratándose de está forma? ¿Por qué no podemos romper con esas ideas previas y empezar a darle nombre a lo que pasa? El suicidio es actualmente, una realidad, nuestra realidad. La de todos, aunque no queramos pensar en ello ni la queramos cerca. Está, ahí, acechando. Lista para sorprendernos en un desconocido, o en alguien a quien queremos mucho. Es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 12 a 29 años.
El juicio de valor y los prejuicios provienen del miedo, de enfrentarnos a eso que no conocemos y que no queremos conocer, al menos, no de cerca. Pero es fundamental para la prevención, la concientización. Hablar, escuchar. Es necesario dar a conocer la problemática y que se sepa, que hay herramientas aunque no sean aún suficientes. Es necesario que se sepa que se puede pedir ayuda, pero también, es necesario que lo demos a conocer para reconocer señales, para saber cuando el otro necesita que le brinden una mano. Porque nadie se quiere morir, como señala en cada nota que brinda Mayte después de la pérdida de su hijo. Ninguno quiere morirse, pero el suicidio aparece como la unica soluciòn. Es el trabajo de todos generar una modificación.
Si bien no podemos exigirle a nadie, que viva una vida que no quiere. Podemos facilitar las herramientas para que contemple el proceso de re-vivir.
¿Por qué?
Generalmente el amarillismo de los medios nos empuja a preguntar que le paso, como lo hizo, cuando revela que alguien decidió quitarse la vida. El silencio social respecto a los problemas de Salud Mental implica que constantemente se quieran encontrar los porque en otros lados. Y algunas veces es posible, pero en la mayoría de los casos no. Nos debemos más de un debate al respecto y es necesario comenzar a visualizar las problemáticas para que sean tratadas como corresponde.
No hay respuestas lineales a la pregunta del ¿por qué? Es un estado de fragilidad psíquica que encuentra la calma en una sola respuesta. No tiene tiempo después para preguntarse si la resolución fue realmente efectiva, o si podrían haberse solucionado las cosas de otra manera. Los factores que empujan pueden ser muchos.
El desempleo, la frustración, el no poder hacer lo que uno quiere. Un sistema que indica pasos a seguir pero uno no puede, no llega, no quiere. Los dedos apuntando a todo aquel que se atreva o intente no hacer lo que se espera que haga. La desesperanza, la falta de futuro, la atroz soledad. No saber como seguir, ni como parar. Buscar sin encontrar. Las burlas, los estigmas y los prejuicios. Ajenos, pero también propios. La falta de aceptación, la falta de amor. El mirarse al espejo y que no guste lo que se ve. Contarlo, y que no lo entiendan. Que no quieran escuchar, o que no haya nadie para hablar. Minimizar, pedir que deje de exagerar. No intentar comprender el dolor ajeno. La falta de amor, o el amor que hay de sobra, pero igual no alcanza. Los amigos que no existen, o los que están pero no saben qué hacer ni qué decir. Las veces que se llega a pedir ayuda, a decir necesito, y la mayoría de las veces que el dolor es mío y no lo puedo pronunciar para otros. La sonrisa más amplia que nunca o no poder salir de la habitación. La familia que no acompaña, o acompaña: pero no alcanza. Nunca alcanza. Porque la solución parece ya estar a la vista. Es una sola, es no querer estar más acá, no poder soportarlo, no aguantar más el dolor que te atraviesa hasta el último hueso. La ausencia de la sensación de porvenir, el futuro que no se puede ver ni como una ilusión. Creer que todo lo que viene es así, es como el presente que tenemos. Y no se puede, es demasiado incierto, es demasiado insoportable. Los factores que llevan a la toma de la decisión son sumamente diversos, pero todos llegan a la misma conclusión: la manera de encontrar calma es irse.
Y el resto queda ahí, pensando, preguntando. ¿Qué pude haber hecho? ¿Qué no escuché? ¿Por qué no vi las señales? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiera dejado salir? ¿Qué hubiera pasado si me daba cuenta y le acompañaba? ¿Y si no le decía “ya va a pasar” y trataba de entender lo que me estaba contando que sentía? ¿Y si después de contarme, tampoco sabía qué hacer? ¿Cómo podía ayudar? ¿Tenía la posibilidad de salvarle? ¿Podía hacerle cambiar de opinión? ¿Qué se hace? ¿Cómo se sigue?
Se trata con todas las fuerzas de encontrar una explicación externa, porque el suicidio produce en los que quedan la sensacion de culpa. De muchísima culpa.
¿Qué podemos hacer?
Lamentablemente, no siempre podemos intervenir en las decisiones que toman los demás. Mucho menos, en una situación de sufrimiento constante. Duele, pero lo tenemos que aprender: no siempre se puede prevenir. Pero podemos acompañar. Desde nuestro lugar y desde las herramientas que tenemos al alcance, para que se vea que hay algo más, que se puede en conjunto encontrar un impulso para re-vivir. Podemos acompañar la tristeza ajena, no intentando repararla, sino haciéndole ver en toda la oscuridad que puede encontrar otras posibilidades de frenar las angustias.
Para esto es urgente que comencemos a mencionar las cosas por su nombre, que hablemos de Suicidio y de Salud Mental. Que lo nombremos, que lo empujemos a la superficie para ser conscientes de que está cerca aunque no lo veamos. Para ser capaces de que todo aquel, que sea atravesado por su posibilidad, pueda tener la confianza suficiente para decirlo y pedir ayuda sin sentir que se lo está mirando mal. Hablar y aprender a escuchar: para reducir, para evitar, para encontrarle la vuelta. Pero sobre todo: para acompañar desde la comprensión, sin querer imponer al otro como debe sentirse.
Si bien contamos en nuestro país con una Ley de Salud Mental (Ley 26.657) y con una Ley simple de Prevención del suicidio, no es suficiente. La implementación sigue teniendo fallas y carencias, sigue existiendo la falta de información y la abundancia de mitos. No son garantizados por completo los abordajes interdisciplinarios y no es efectiva la atención en niveles primarios tampoco. La asistencia de la Salud Mental no se garantiza en todos los hospitales, ni todos los lugares donde debería (o se supone) estar presente.
Carece de herramientas y de un aumento de sus capacidades, porque la aplicación de recursos no avanzó y sigue siendo escasa. La Salud Mental sigue ocupando un segundo lugar, cuando actualmente, debería estar a la par del primero. A su vez, la criminalización, el estigma y la falta de atención al conflicto no permite poner la atención necesaria al tema y centrarse en eje de debate para solucionar las fallas que se le señalan por parte de las víctimas (tanto pacientes, como familias).
Nos encontramos atravesados por reclamos que incluyen la dificultad de internación, la falta de acceso a los tratamientos oportunos, la atención rápida ante situaciones extremas como intentos de suicidios o crisis, la falta de posibilidades de contención que lleguen a tiempo. Los errores son multicausales, pero la respuesta es fácil de evidenciar: necesitamos trabajar como sociedad para deconstruir los mitos y necesitamos que haya una decisión política que avance con procesos integrales de transformación del sistema de salud, para llegar a un modelo comunitario, en red, con dispositivos financiados por el Estado que garanticen la atención para todos los ciudadanos.
Necesitamos resolver el problema a tiempo y para ello, es necesario ponerlo en agenda de manera impostergable. Si no lo hacen ellos, lo debemos hacer nosotros. Como tantas otras veces, el pueblo debe hablar para exigir respuestas y para garantizar derechos.
Es ahora, es urgente: hablemos de Suicidio, hablemos de Salud Mental.
Redacción: Zul Bouchet