El amor después del amor
Esta vez Zul nos trae un texto increíble, tanto como amar después de darlo todo. A días del lanzamiento de la serie de Fito nos dice "No somos nada sin amor. No somos nada si no nos quiere alguien, no somos nada si no nos quieren aquellos que queremos. Para resistir hace falta tener amor. Para sobrevivir, también".
Por Zul Bouchet
Acaba de terminar abril, pero lo podemos agendar para los otros meses: nos pasan tantas cosas en la vida, que si aparece el sol hay que dejarlo pasar.
El domingo vi El amor después del amor, que como buena fan del rock nacional, mire de corrido. Una serie con 8 episodios, una producción hermosa y una elección de actores que no se puede creer. Todos sabemos que Kartun no es Spinetta, pero parece reencarnado. ¿Y Andy Chango? Uno sabe que no es Chaly, pero por momentos es más Charly que Charly. Suena como un trabalenguas porque así te hace sentir su interpretación. La serie va desde la infancia del músico al mítico concierto de Vélez Sarsfield, y uno va de la emoción que genera risa a que lo destroce el llanto después de cada intro.
Sin embargo, aunque Fito es el personaje principal y se supone, es una especie de biopic, de homenaje en vida, de reconocimiento, como quieran llamarle. No habla de él.
La serie no es sobre el gran Fito Paez, sino sobre todos aquellos que lo convirtieron en quien es.
Podría decirse que es una celebración de quienes lo rodearon, de todo aquel con quien se vio compartiendo vida y construyó lo que fue, es y será: Rodolfo. El pibito que se fue de Rosario a la gran ciudad en busca de hacer lo que más amaba, y le salió bien. Más que bien.
Terminé el último capítulo con la sensación de que me habían pegado una patada en el pecho, no solo porque quiero mucho a Fito, ni porque me haya acompañado largos años en el sube y baja de vivir. Fue por el amor. Te grita en la cara que no somos nada sin los otros. No somos nada sin amor. No somos nada si no nos quiere alguien, no somos nada si no nos quieren aquellos que queremos. Para resistir hace falta tener amor. Para sobrevivir, también.
Y pienso en que muchas veces me enrosco en mantener la rudeza, en sostener la imagen testaruda que los míos se acostumbraron a recibir, como si con eso ganará algo. Como si dejar descubierta mi otra faceta me generara cierta debilidad, cuando en realidad, las veces que pude transitarla en compañía resultó bien. Quizás no eran las personas correctas aquellas que cuando quise apelar a la ternura me hicieron el chiste de “que raro vos”, como si por ser parco uno no supiera abrazar. Eso también se visualiza en la historia de Fito, si no se hubiera rodeado de las personas correctas cuando lo necesito, no solo no sería quien es, sino que tampoco hubiera creado la maravilla que hizo después de que una joven Cecilia Roth le señala que nadie puede vivir sin amor.
Y no, el amor no resuelve ni elimina los conflictos, ni los dolores. Pero es un sostén. Es un arbolito que en medio de la lluvia te cubre para que no te mojes tanto.
La incertidumbre, las dudas y el miedo, descansan más livianos cuando sienten que alguien los acompaña. Es el amor, el que nos permite relajarnos un rato de lo que nos agota.
Cuando hablo de los míos, hablo de unos pocos. Tuve que aprender a adaptarme y tuve que entender que en algunos momentos requería más a unos que a otros. No porque no los quisiera, porque el amor tiene la capacidad hermosa de transformarse, pero debía ir adecuandolo. Aceptando que mientras algunos se alejan, otros se acercan. Unos desaparecen, otros en algún lado siempre están. Pero tengo. Lo más importante: si me caigo hay quienes tengan ganas de ayudar a levantarme.
Nadie se salva solo de la oscuridad, Fito lo sabía y seguramente lo sabe hasta hoy. Se rescató y renació, porque tuvo cuando no podía más, gente tirando para adelante. Cuando uno se encuentra hundido se suele abandonar, se entrega a que lo encuentre el final anunciado desde el momento que el agua le llegó a la nariz. Y ahí tienen que estar, ahí hacen falta. Ahí aparecen mostrándonos la escalera que debemos subir para salir de la pileta
Ojalá pudiera decirles más seguido a los que quiero que: los quiero. Y aprenda de una buena vez, a no guardar tantas cosas. Porque uno es lo que es, gracias a los otros. Aunque no lo sepan, aunque no se los dejemos en claro.
Y no me refiero solo a la familia, requisito fundamental para evitar la soledad. Hablo de los amigos. No soy nada sin mis amigos, sin los que conocen esas partes que más vergüenza me causan, sin los que saben lo que me duele y a pesar de eso cuando los defraudo no lo eligen para pegarme, sin aquellos que comparten o saben que es lo que me hace sentir feliz. Entre acuerdos y desacuerdos, entre aprender a sobrevivir(nos) pensando distinto o siendo increíblemente iguales. Los mios: van primero. No los cambio, ni los cambiaría. Ni siquiera, querría corregir aquellas giladas en las que chocamos algunas veces. Los elijo así, tal y como son.
Y aprovecho la excusa de la serie para dejar en claro que lo importante no es que los haya elegido. En realidad, lo que importa es que me eligieron ellos a mi. Todas las veces que pudieron abandonarme y no lo hicieron. Y aunque me considere la mayor parte del tiempo una persona desafortunada, aprendí a ver que no lo soy: tengo gente que me cuida el corazón.
Nadie puede, y nadie debe, vivir sin amor.
Gracias, Fito.