¿Es nuestra vida un simple número dando vueltas en una bandeja de excel? ¿La existencia se reduce solamente al consumo? ¿Nuestro cuerpo se mueve en las vías de la oferta y la demanda? ¿La economía es una ciencia natural o social? Preguntas que despiden una tarde rebalsada de noticias, comentarios resaltados, informes y ojos de videntes que se propagan en los medios de comunicación.
Cómo soportar la reducción de la humanidad a un escaso par de reglas que pretenden ordenar y esparcir sus cajas de cristal hacia todos los sujetos de la sociedad. La objetivización de la subjetividad y la pluralización de contenidos que invaden desde la teoría una práctica que subleva y somete a los sujetos a ser una simple ecuación, sacar, poner, restar, dividir y en el medio la vida.
El malestar se transita entre la confusión y el desaliento, ser o no ser parte: Aquél que me nombra desde la institución, ¿Nombra quién soy? ¿A quién le habla? ¿Por qué debo sufrir?
Aquí es donde éstas preguntas me traen entre vaivenes la tan pronunciada palabra “Libertad”. La magia ordenadora de los mercados deja desprovista la libertad de toda institucionalidad para ser reducida a una mera lucha del “Hombre lobo del hombre”. Con esto quiero decir que partiendo del principio ordenador de la realidad en la teoría de Milei toda libertad es posible sin restricción, donde no hay pujas de poder, sino distintos mercados de beneficios para algunos cuantos.
El mundo de las posibilidades abre su camino, donde el verbo modal “tu debes” impuesto desde el ideal de una institución queda desarticulado dentro de una nueva sociedad que se abre paso a la autorrealización del individuo como ente singular, sin efectos de un lenguaje y una cultura que lo atraviesa (y ordena). El antiguo mandato queda barrido bajo la alfombra (y no por eso escapamos a su efecto) y encuentra un nuevo espacio el verbo “Tú puedes”.
“Dios es inconsciente”
El mundo es tuyo y la fantasía nos precede articulandose en el flujo de palabras que circula por la semiosfera dando lugar a nuevos ideales impuestos por el mercado. Ser rico, ser exitoso, ser saludable, ser productivo… el mundo de la hiper productividad.
Caen los antiguos dioses ordenadores del lazo con el otro, para dar lugar a becerros dorados. Una forma de entenderlo es explicarlo a través del mecanismo de la represión, donde una representación consciente es quitada de su líbido (la cual produce que sea consciente) para ser reprimida llevando a una parte del sujeto consigo misma. Pero la fuerza pujante del inconsciente, la pulsión, siempre encuentra la forma de traspasar, de volver permanentemente en un nuevo retoño, “camuflado”. Allí donde Dios estaba, un nuevo Dios ha de advenir, donde el yo mira con ilusión hacia el mercado.
De esta manera, Dios es verbo en su palabra y moviliza toda fuerza creadora en una ley de amor por el prójimo y la comunidad, dando como resultado el lazo social que ex-siste más allá del sujeto. Con la llegada del nuevo dios, de un mundo sin ley que pueda nombrarnos como alguien para alguien más, pone de manifiesto al otro como la competencia, donde la violencia reabre los poros de una fatalidad cíclica. El verbo del “Tu puedes” comienza a tener poder y regula toda las esferas de la sociedad en la avalancha de la meritocracia.
Verbo creador
Dentro de los márgenes del sujeto del rendimiento, el nuevo verbo modal saca del eje la dialéctica del amo y el esclavo en la medida en que ya no hay un otro, sino dos individuos que se autorregulan. Esto no quiere decir que la dialéctica no cumpla con sus efectos, sino que es trasladada hacia la imágen propia, donde el empresario de sí mismo también es su propio esclavo, el mismo que acelera sus propios tiempos de rendimiento y producción, para ofrecer su “producto” a una máquina mucho más grande, de la cual no puede revelarse ya que él es su propio empresario (no puedo hacer un sindicato contra mi mismo).
Citando a Byung-Chul Han “El explotador es el explotado. La explotación de si mismo es mucho más eficiente que la ajena, porque va unida al sentimiento de libertad”
De esta manera, el sentimiento de la tan pronunciada y vacía “libertad” se desliza como un fin utópico, donde la coacción ejercida contra uno mismo ejerce mucho mayor violencia, ya que no es posible ninguna resistencia contra sí mismo. A su vez, quien fracasa es el culpable que debe llevar esa marca hacia donde vaya sin que pueda ejercer ningún trato de expiación del gran pecado -FRACASAR-. Porque tanto la instancia del desendeudamiento como la instancia de la gratificación necesitan del espacio del otro. ¿Cómo perdonarme mi propio “fracaso”?
No puedo poder siempre
Por Elias Gross