Tras el éxito de Vida, la dupla grabó en una moderna consola de ocho canales y con invitados como León Gieco, Rodolfo Mederos, David Lebón y Alejandro Medina.
El 16 de marzo de 1973, un puñado de noveles artistas colmó el Teatro Astral. Esa noche, La Banda del Oeste y Contraluz ofrecieron sólidas actuaciones. La ovación más calurosa, sin embargo, se la llevó Sui Generis. El dueto, conformado por Charly García y Nito Mestre, cerró su participación con “Canción para mi muerte” que – según atestiguó la revista Pelo – “fue entrecortada varias veces por los aplausos del público”. Los muchachos volverían al recinto, veintiún días después, para presentar su primer álbum: Vida. El trabajo, cuya sonoridad remitía a Elton John y Crosby Stills, Nash and Young, ofrecía piezas notables. La confesional “Dime quien me lo robó”, la tierna “Quizás porqué” y la existencialista “Cuando comenzamos a nacer”, por citar solo tres, conformaban una entrega sobresaliente. El disco, impulsado por la popularidad de un tema dedicado a la mismísima parca, resultó un éxito. El concierto del Teatro Ópera, realizado el 13 de mayo, fue la confirmación de un ascenso irrefrenable. El dúo convocaba infinidad de púberes, franja etaria no habitual en los encuentros rockeros de la época.
Vida fue lanzado por Talent, un subsello de la compañía Microfón forjado por Jorge Álvarez y Billy Bond. La discográfica, ante la extraordinaria demanda de la placa, no escatimó recursos a la hora de gestar el siguiente paso del dueto. Los temas del primer trabajo habían sido grabados en los Estudios Phonalex. La mayor parte del nuevo material tomó forma en la filial local de la RCA. Entre su equipamiento, la multinacional contaba con una moderna consola de ocho canales. Tres piezas, de las nueve que incluyó el vinilo, tuvieron arreglos y dirección orquestal de Gustavo Beytelmann. Para registrarlas, el pianista – que cuatro años después integraría el Octeto Electrónico de Astor Piazzolla – convocó a una pléyade de instrumentistas. Entre ellos, al violonchelista José Bragato, al violinista Antonio Agri y al trombonista Luis María Casalla. Las composiciones – todas de García – fueron registradas entre junio y agosto, y contaron con la participación de Rodolfo Mederos en bandoneón, León Gieco en armónica, Alejandro Correa y Alejandro Medina en bajo, David Lebón en guitarra y Francisco Pratti y Juan Rodríguez en batería.
En septiembre, dos de aquellas canciones – las únicas de la nueva camada creadas en Phonalex – vieron la luz. Un vigoroso fraseo de piano acústico daba inicio a “Bienvenidos al tren”. La entrada secuencial del bajo, la guitarra acústica y la batería construía una pieza irresistible. La intervención de Gieco en armónica, y los toques de slide de Lebón, reforzaban su encantador aire folk. Mientras García y Mestre, que se alternaban en la voz principal, coincidían en diversos fragmentos y se amalgamaban en el cierre, ofrendaban una bella metáfora sobre la libertad. El reverso del simple traía “Aprendizaje”. Composición reposada, en rechazo a los valores sociales imperantes, con un desenlace inusualmente optimista para la lírica de su autor. La llegada de un hijo – presuponía el tecladista – traería un futuro próspero. Diez años después, ante el periodista Daniel Chirom, el hombre del bigote bicolor reconoció: “El tema no me gusta, sobre todo el final que fue hecho a las apuradas”. Más allá de su opinión, ambas obras – ya estrenadas en los conciertos del dueto – habían demostrado su eficacia.
En octubre vio la luz el segundo álbum de Sui Generis: Confesiones de invierno. La tapa exhibía una imagen candorosa del dúo realizada por el diseñador Juan Orestes Gatti. La portada, al desplegarse, mostraba un par de instantáneas (de los músicos y colaboradores) tomadas en los bosques de Ezeiza por el fotógrafo Jorge Fisbein. El vinilo traía la ficha técnica y las letras de los temas. El fuego se abría con “Cuando ya me empiece a quedar solo”. El piano de García, junto al bandoneón de Mederos, introducía al oyente en una atmósfera armónica densa. Con ese clima, el compositor – de apenas 22 años – imaginaba su vejez con precisión fotográfica. En mitad de la pieza, con el apoyo de la base rítmica, irrumpía un impetuoso arreglo de cuerdas. Sobre el final, reaparecía el fueye para rubricar el espíritu tanguero de la obra. El tecladista la había escrito en la pensión de la calle Soler 4271 donde vivía junto a su pareja, María Rosa Yorio. “Parece una canción hecha por un viejo que recordaba. Y no, era un chico que presentía”, reflexionó Charly – décadas más tarde – en un documental sobre Mercedes Sosa hecho por National Geographic. Tras “Bienvenidos al tren”, llegaba “Un hada, un cisne”, opus de casi siete minutos con módulos sonoros oscilantes entre el vals y el jazz. El lado 1 concluía con la perla que titulaba la placa, momento intimista en el que su creador, munido de una guitarra acústica, mostraba una fragilidad conmovedora. La composición, carente de estribillo y con impronta dylaniana, incluía una alusión a la represión policial.
El lado 2 comenzaba con la redentora “Rasguña las piedras”. Luego de una introducción apacible, con Mestre ofrendando las primeras dos estrofas, el dueto confluía en un estribillo arengador. Tras él, irrumpía un brioso arreglo de bronces que le otorgaba al tema una sonoridad impactante. Doblaje de voces, un sutil uso del feedback, y el efectivo trabajo de Pratti en batería redondeaban un instante excepcional. En “Lunes otra vez”, pieza de tracción acústica con aires de rhythm and blues, García desplegaba su impronta tanguera para describir a una Buenos Aires gris. Luego de “Aprendizaje”, llegaba el momento más rockero del disco. “Mr. Jones, o pequeña semblanza de una familia tipo americana” trazaba el perfil de un clan de desquiciados. La letra, plagada de imágenes violentas, podía leerse como un comentario satírico acerca de la ola de crímenes políticos que por entonces devastaba al país.
El cierre llegaba con “Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”. Mestre encarnaba a un monarca rodeado de opulencia. Mientras, sus súbditos pasaban hambre. El pueblo, representado en la voz de García, clamaba por una “revolución” y exigía “libertad”. Ante el desdén del gobernante, las masas asesinaban a los miembros de la corte y quemaban el palacio real. La plebe, finalmente, tomaba el poder. La canción, una elegía de impecable construcción dramática, incluía intervenciones corales para reforzar su grandilocuencia. La parábola, con eje en la insensibilidad de los mandamases, no perdería vigencia.
El LP fue presentado el 7 de octubre de 1973 en el Teatro Ópera. La aprobación de los seguidores del dúo quedó demostrada en las excepcionales ventas del disco. La prensa, por su parte, recibió al trabajo con beneplácito. El diario Noticias, en su edición del 22 de noviembre, lo describió como un álbum “original, bien cantado y de excelente orquestación”. La revista Pelo, en su número 43, tampoco escatimó elogios. La publicación, además, entregó una sentencia incuestionable: “La aparición de Sui Generis abrió un rumbo en la proa de este barco que es la música contemporánea argentina”. Medio siglo después, esas canciones siguen siendo imbatibles. “Pueden venir cuantos quieran, que serán tratados bien”, prometió García en una de ellas. Vaya si cumplió con su palabra.
Fuente: Página 12